EL ESCUDO DE TARIJA
7:04 a. m.
Una coraza erguida en medio de un campo solitario que encierran dos
grandes ríos cuyas aguas confluyen en un punto del horizonte lejano. Sobre la
coraza un casco de guerrero español y debajo la divisa de “Muy leal y muy
fiel”. Tal es el simbólico escudo con que dotara a Tarija el rey Carlos III. En
esa enseña tan sencilla y tan escueta está representado, con lacónica y
magnífica elocuencia, el destino de la tierra de don Luis de Fuentes y Vargas. Fundada para contener las
invasiones guaraníes que amenazaban a Chuquisaca y Potosí, Tarija empieza por
ser un fuerte situado en el último límite de las conquistas incaicas por el
sur, un nuevo jalón de los dominios de España y de la civilización cristiana,
un punto de partida para la colonización de las dilatadas y misteriosas
planicies del Chaco, un nexo geográfico entre las altas tierras andinas y las
pampas del mediodía, un puesto de avanzada en la Audiencia de Charcas y un
centinela frente a la barbarie.
Ese alto destino cumplió Tarija con valor, abnegación y denuedo. La hidalguía y
la virilidad de la raza, mantenidas incólumes a través de su historia, se ponen
de relieve desde los albores de su vida. Cuando los salvajes irrumpen, en
oleadas sucesivas, para ahogar en sus pañales a la Villa de San Bernardo de
Tarija, ésta ciñó la coraza y el casco de su escudo para repeler a las feroces
hordas que, aguerridas y tenaces, ya no le dejarán sosiego y volverán cien
veces al asalto, pero otras tantas morderán el polvo de la derrota al
estrellarse contra el muro infranqueable que ha levantado el coraje de la raza.
La lucha proseguirá obstinada y sangrienta durante más de tres siglos en que
Tarija, arrostrando innumerables sacrificios, pugnando con el clima, con las
fieras, los insectos, la soledad y el misterio, en una serie de audaces
expediciones, llevó, con la cruz y la espada, su aliento civilizador y extendió
su dominio hasta los más remotos confines. Así, con sus propios recursos, con
el heroísmo de sus hijos y el fecundo sacrificio de sus misioneros, adquirió el
dilatado dominio territorial que había de aportar más tarde a la a la
patria boliviana. Pasaron los años, Tarija disfrutó, por largo tiempo, de una
vida apacible y patriarcal, sin sobresaltos ni temores, hasta convertirse, como
dijo el poeta, en “posada acogedora que brinda el regazo de su campiña
inmarcesible al viajero que trae el vértigo de la altura o la sed ardorosa
del desierto”. Pero, llegaron los días de la epopeya emancipadora; se trabó la
lucha entre criollos y peninsulares y fue Tarija el “Nidito de patriotas”, como
la llamó Lucas Jaimes. Abrazada por la llama de la libertad, ciñe de nuevo la
coraza y el casco de su escudo y secundando el movimiento de Chuquisaca, se
levanta en armas, depone a las autoridades realistas, se adhiere a la Junta de
Buenos Aires y organiza su propia Junta Revolucionaria.
Surge entonces la brillante pléyade de guerrilleros, a quienes siguen las
legiones campesinas, los famosos montoneros que obstruyen el avance de las
fuerzas realistas hacia el sur y, uniéndose a las tropas de los ejércitos
auxiliares argentinos en su marcha hacia el norte, cooperan en forma eficaz y
magnífica a la causa de los patriotas. A las órdenes de Balcarce, de Belgrano,
de Güemes o de Aráoz de La Madrid, combaten en Cotagaita, en Suipacha, en
Huaqui, en Salta, en La Tablada; en todas partes donde es necesario brindar a
la libertad la generosa sangre tarijeña. Con justicia dijo alguien que “ni
Balcarce, ni Güemes, hubieran visto sus empresas militares acariciadas por el
éxito si los tarijeños en brega constante no hubieran protegido sus movimientos
de avance y distraído y desviado las fuerzas que los virreyes del Perú
destinaron para aniquilarlos”.
Y la tierra de don Luis de Fuentes que había sido centinela avanzada de la
Libertad frente a las huestes españolas y frente a la barbarie, fue también el
centinela avanzado de la Libertad frente a las huestes españolas.
Al declarar el Congreso Constituyente de las Provincias del Río de la Plata que
dejaba en libertad a los pueblos del Alto Perú para que dispusieran de su
suerte, Tarija que había luchado como un pueblo libre y autónomo por la causa
de la Independencia, resolvió con los mismos atributos, pertenecer a la
República de Bolivia. Sabidas son las vicisitudes que tuvo que atravesar para
hacer una realidad de esta determinación inquebrantable, pero sin amedrentarse
de la fuerza y el peligro, ciñó nuevamente la coraza y el casco del escudo y se
levantó en armas y depuso a las autoridades argentinas y a través del solemne
plebiscito de 1826, declaró ante el mundo su libre voluntad de ser boliviana.
Así, en un acto grandioso de soberanía escogió su propio destino, afirmó su
derecho de autodeterminación y como dijo el estadista Tejada Sorzano, “Dio por
milésima vez y ésta en forma definitiva, abrazo de solidaridad al resto del
Alto Perú, ante los ojos maravillados de América. Y desde entonces nada ni
nadie ha podido separarla de Bolivia”.
Tarija eligió, pues, su patria y en adelante estará siempre lista a compartir
los dolores y desgracias de ella, como sus júbilos y alegrías. Se hará presente
en las campañas de la Confederación Perú-Boliviana, en la guerra del Pacífico,
en la del Acre y en la del Chaco. Pero ni los hechos gloriosos de su historia,
ni su cariño entrañable a Bolivia, le valieron para evitar el cercenamiento de
enormes y ricas regiones de su territorio, hasta ver reducido a éste a su
mínima expresión. Vivió relegada en el concierto nacional, adormecida en sus
románticos ensueños y haciendo en la familia boliviana el papel de pariente
pobre, de quien los hermanos solamente se acuerdan en las horas de congoja o en
las del sacrificio al que todos deben contribuir. Sufrió estoicamente las
mutilaciones de su suelo, sin que, ni por un momento, declinara su hondo
sentimiento cívico, consecuente con la divisa de “Muy leal y muy fiel”.
Mientras tanto, avanzaron las paralelas de hierro en torno a sus fronteras. Para
todos los departamentos se construyeron ferrocarriles, menos para Tarija. Sólo
cuando se trató de aprovechar el petróleo, única fuente de riqueza que le
quedaba, para la construcción de líneas férreas a otros departamentos, se
contempló, en último término, un proyecto de ramal a Tarija que no llegó nunca
a construirse.
Ante esa actitud de los poderes públicos, el pueblo de Luis de Fuentes se
levantó unánime para protestar contra esa injusticia que venía a coartar sus
legítimas aspiraciones; ciñó otra vez, la coraza y el casco de su escudo, para
emprender la lucha por sus reivindicaciones, organizó al Comité Tarija, que
convocó a Cabildo Abierto y proclamó el “Estado de Alarma”, que mantuvo por
muchos meses. La unidad, la disciplina y el fervor de toda la ciudadanía
mostraron a ésta como digna heredera de las tradiciones heroicas de la raza;
pero nuevas promesas, más enfáticas y solemnes, aplacaron la efervescencia
popular y adormecieron el espíritu tarijeño, hasta que un nuevo “Comité Pro
Defensa de los Intereses de Tarija” despertó al pueblo de su letargo, se
sucedieron los cabildos abiertos, pero es preciso no dormirse en los laureles,
porque la jornada reivindicatoria está lejos aún de terminarse y si queremos
que esta tierra que nos vio nacer no se estanque en el camino del progreso y
pueda ser un día el hogar feliz de nuestros hijos, debemos mantenernos erguidos
y siempre listos a ceñir la coraza y el casco del escudo.
Octavio O’Connor d’Arlach
0 comentarios