LOS MATACO NOCTENES (WEENHAYEK) NOTA PRELIMINAR

10:16 a. m.


A pesar de los ríos de tinta, tanto más caudalosos que los ríos de lágrimas y sangre, que por los indios y de los indios se han hecho correr en América, y particularmente en el espacio vital y el tiempo vital de esta nación que hoy se llama Bolivia, el tema de los indios, en lugar de aclararse, parece que se complica y se oscurece más cada día.
Quien quiera adentrarse en ese tema con propósitos verazmente científicos (sociológicos, antropológicos, etnográficos, psicológicos,  etc.) necesitará sin duda además de una linterna para ver de día (como Diógenes) otra más, dotada de esos rayos novísimamente descubiertos, que permiten penetrar en la oscuridad.

Dos axiomas incuestionables bastarán para demostrar la confusión y la inseguridad reinantes en el caso:

1. Ni siquiera hay consenso respecto al criterio para decidir a qué criaturas humanas del continente americano corresponde actualmente aplicar en general el sustantivo “indios”; y esto no sólo en toda la vasta extensión cuantitativa del problema, sino dentro de cada variedad específica de presuntos indios. Los criterios sociológico, antropológico, etnográfico, histórico, religioso, político, etc., son muy dispares, y no tienen un punto común de convergencia. Por ejemplo, para sociólogos dedicados a los indios aymaras y qeshuas, éstos cuando comienzan a urbanizarse, ya no son indios. ¿Qué van a decir los etnógrafos de esto? ¿Y qué van a decir los sociólogos si se les pregunta qué se va a llamar a los indios que comienzan a urbanizarse si ya no son indios?

2. Así en singular y con artículo determinado, la locución el indio, de la que tanto se usa y abusa, es una pura abstracción, más abstracta, aún por ejemplo, que la locución geométrica la esfera, pues es posible concretar físicamente la esfera de modo que esa concreción coincida con la definición geométrica de tal cuerpo, pero es imposible concretar la locución el indio ni física ni metafísicamente. El indio, así en singular, no existe. De suerte que por de pronto debemos contentarnos con la locución plural los indios que, mal o bien, comprenda a todos los indios de una vez.

Para citar un caso entre los muchos en que se ha tratado de circunscribir el sentido de la locución los indios, la historiadora norteamericana Karen Spalding dedica el capítulo más largo de su libro De indio a campesino. Cambios en la estructura social del Perú colonial (Instituto de Estudios Andinos, Historia Andina/2, Lima, 1974) a tratar de responder a la pregunta “¿Quiénes son los indios?”, pregunta que sirve de título a dicho capítulo. De acuerdo con el alcance del libro, hay que entender la tentativa en todo caso restringida al área andina del Perú, y aunque el análisis se dirige mayormente a averiguar quiénes eran los indios en el coloniaje, el verbo en tiempo presente “son” en el título del capítulo lleva implícita la promesa de que la respuesta va a tener un valor actual. Dando un salto de metapaso por sobre todo el siglo XIX y parte del XX, la autora llega a la conclusión de que en la actualidad “los indios son ampliamente definidos como categorías económico-ocupacionales que incluyen además el lenguaje” (p. 192),

La definición es tan amplia que precisamente por eso es también imprecisa y deja pendientes de respuesta preguntas tan elementales como éstas:
¿Cuáles serían esas “categorías económico-ocupacionales”, punto en el cual los criterios comienzan a dispersarse?. ¿Los indios que por necesidades de comunicación dentro de sus “categorías económico-ocupacionales” hablan el español además de sus idiomas autóctonos, son o no son indios? ¿Debe desaparecer del todo la categoría étnica, que desde la llegada de la expansión europea al Nuevo Mundo en 1492 y a lo largo del coloniaje fue el único criterio de identificación de los indios, y hoy mismo es prácticamente imprescindible?.

Gran parte de la confusión e inseguridad se debe de hecho a la falta de materia prima informativa básica, o, lo que es peor, a la existencia, a veces la abundancia y sobre-abundancia, de observaciones de informantes prejuiciados, apresurados y faltos de autoridad.
Y si para las divisiones de indios más grandes en Bolivia —los aymaras y qeshuas— que corresponden al área andina, la identificación definitiva podría ser relativamente fija, por lo menos lingüísticamente, para las divisiones pequeñas —divisiones y subdivisiones correspondientes al ámbito oriental en sus dos secciones amazónica y platense— la identificación, incluyendo la lingüística, suele ser muy problemática.

En un caso demostrativo y a propósito de los indios del Chaco, aun en investigadores calificados como Alfred Métraux encontramos inseguridades que se revelan a través de expresiones características de que está plagada su contribución “Ethnography of the Chaco” al Handbook of South American Indians (Vol. 1, The Marginal Tribes, p. 197-307, Smithsonian Institute, Bureau of American Ethnology, Bulletin 143, Washington, 1946), donde incluye a los matacos: “posiblemente”, “probablemente”, “no tan cierto”, “menos cierto”, “incierto”, etc.; y hasta se da el caso de los indios tapietes que han adoptado el idioma de los chiriguanos “como resultado del largo contacto con ellos” y han desechado su idioma original, “aunque se rumorea que todavía lo usan /su propio idioma/ entre ellos; “se rumorea”: el verbo es anti-científico y da una medida de la situación insegura en el nivel de la información básica.
Hay que destacar pues, en Bolivia, la aparición de estudios primordiales dirigidos a la identificación cada vez más precisa de grupos indígenas específicos, en particular aquellos más necesitados de identificación.
En realidad aquí la única metodología segura, como en cualquier investigación de alcance científico, es la metodología analítica: o sea comenzar por lo particular, con la aspiración de llegar a lo general. Lo general en este caso es el panorama global de los pueblos indígenas de Bolivia, panorama global que en este momento sólo puede existir como aspiración.

Entretanto, no hay otro camino cierto que enfocar la realidad de los grupos indios, caso por caso.
Esto es lo que hace el Dr. Edgar Ortiz Lema, en su libro.
Los matacos han atraído el interés de algunos especialistas —etnógrafos y antropólogos— casi todos extranjeros. Pero aun la comunidad científica boliviana no especializada —hablamos de las ciencias sociales— si ha oído alguna vez este nombre ha sido por casualidad; y en cuanto al boliviano medio, la realidad está concretada por la famosa negación drástica aymara: Janiwa. El caso autobiográfico del propio Dr. Ortiz Lema es patente como se ve por sus propias palabras:

“Pese a su contenido enciclopédico, en los prolongados años de aprendizaje escolar, jamás recibí enseñanza o explicación alguna sobre la cultura Mataco. Aprendí mucho sobre las culturas autóctonas aimara y queshua, más siempre me parecieron lejanas y encantadas otras culturas como la Tapíete, Chiriguana y Mataco, para señalar algunas que aunque asentadas en territorio nacional no eran objeto de tratamiento en los programas oficiales de enseñanza”.

Y si en Tarija, ciudad capital del Departamento donde se encuentra el hábitat mataco, reinaba esa aúrea ignorancia sobre estos indios, ¿qué se va a decir de las otras áreas nacionales cada vez más alejadas?.
Pero este libro es fruto de un conocimiento directo de los matacos que se fue acrecentando con el paso del tiempo, pues si en la escuela y el colegio el Dr. Ortiz Lema no tuvo oportunidad de oír de los matacos, ya joven fue estableciendo contacto directo con ellos, y paulatinamente, “conociéndolos cada vez mejor. Ese conocimiento fue profundizado al haberle encomendado el Proyecto Villamontes Sachapera un estudio sociológico de las comunidades aborígenes asentadas en el área de desarrollo de ese proyecto, ubicadas en la margen derecha del Pilcomayo”.

De manera que el libro está basado en un sostenido trabajo de campo personal así como en relaciones de informantes matacos y observadores con residencia en el área mataca: “Las técnicas de investigación social que más utilizamos fueron las de la observación directa, y las de utilización de informantes, tanto matacos como de algunos profesores rurales calificados y previamente preparados, que habían convivido con ellos durante largos períodos”.

Además, como resume la información previa allegada sobre los matacos por otros investigadores —la mayoría de ellos extranjeros— resulta que en conjunto es una puesta al día de lo que sobre los matacos se sabe hasta el presente, comenzando por la caracterización del hábitat y el espacio físico donde ese hábitat está enmarcado, y prosiguiendo con la historiografía y la etnografía de los matacos; su sexualidad y sus relaciones familiares; su salubridad; su cultura material e inmaterial; sus conocimientos; su organización política; la transculturización a que han estado y están sometidos; y además, una media docena de “relatos míticos” recogidos directamente, un glosario de nombres científicos de anímales y plantas, un “vocabulario mataco útil”, y un índice de autores citados.
Libro de ciencia, pero también libro de conciencia. Paradójicamente, en el umbral de su obra el Dr. Ortiz Lema transcribe bajo el título: “Algunos conceptos sobre los matacos” siete citas de otros tantos autores, todos ellos absolutamente derogatorios para los matacos, con conocidos adjetivos que desde la conquista vienen pesando por toneladas sobre los indios en general: sucios, desidiosos, cobardes, ladrones, ociosos, egoístas, taimados, abyectos,. Después el lector se entera de que las citas obedecen a un propósito deliberado, que es el de poner de relieve la actitud anímica con que suelen enfrentarse al indio —en este caso al mataco— los observadores (casi siempre colonizadores, en realidad) que pertenecen al llamado “mundo civilizado”, inclusive misioneros religiosos. El Dr. Ortiz Lema, por su parte, en su relación personal —nada superficial ni efímera— con los matacos descubriendo sus pilares básicos, su enorme riqueza mitológica, sus valores ancestrales, la organización y permanencia de sus instituciones y la belleza y simplicidad de sus usos y costumbres.

Aquí es imprescindible tener en cuenta la corriente de esos otros observadores, imbuidos de un criterio científico y a la vez humano, que a partir de Bartolomé de las Casas, han estudiado por su parte a los indios. En cuanto a Bolivia es indefectible recordar la inolvidable contribución ejemplar de Alcides d’Orbigny, que de 1830 a 1833 estuvo tres años en nuestro país estudiando a los indios (particularmente los orientales en las hoyas amazónica y platense), en especial en su libro clásico L’homme américain (de l’Amérique Meridionale), consideré sous ses rapports physiologiques et moraux, (2 vols., París, Pitois Levrault, 1839) y más particularmente en el capítulo III, “Considerations morales” (vol 1, p. 145-243) consagrado a los idiomas, facultades intelectuales, usos y costumbres, industria, artes, centros de civilización, gobierno, religión.

Según esta corriente científica y humanista, la identificación de los indios debe ser completada con el reconocimiento efectivo de sus derechos como pueblos con personalidad propia dentro de un sistema estatal dado, en este caso el sistema estatal boliviano; es decir, la identificación se anularía a sí misma si se convirtiese en una antesala para la liquidación de esos derechos.

Dado su conocimiento, y, más que eso, su comprensión del mundo mataco, el Dr. Ortiz Lema se incorpora firmemente en esta corriente científica y humanista, y en su libro hay una demanda urgente en favor de los matacos, demanda que es además válida para todos los grupos étnicos indios de Bolivia:
“Se hace por tanto necesario estudiar cómo puede preservarse esta cultura que sin haber sido aniquilada en tiempos de la colonia por las armas o el evangelio, está condenada a desaparecer por la acción de un fenómeno menos cruel pero más corrosivo”. "Como alguien dijo, estamos presenciando la hora del etnocidio de las culturas aborígenes, ya que él se comete cuando se combate (abierta o disimuladamente) la conciencia y el orgullo de pertenencia a un grupo étnico, cuando se silencia la palabra pronunciada en su lengua nativa y cuando se le niega el derecho a disfrutar, desarrollar y transmitir su propia cultura”.

Este “fenómeno menos cruel pero más corrosivo” se debe entender que es el avance de la llamada “civilización” —o sea la minoría dominante y excluyente— corroyendo hasta la liquidación final la llamada “barbarie”. La calificación de “corrosivo” parece que está confirmada de sobra por lo que esa civilización suscita a cambio de esa barbarie a nuestra vista y paciencia, en Bolivia y en otras áreas del mundo en las cuales hay todavía trozos de humanidad propicios para esta ineluctable corrosión: corrosión que termina con la muerte física o cultural después de haberse perdido todo lo demás.

Queriendo o sin querer vienen a la memoria las estrofas de “El cadáver del salvaje” que la conciencia contrita de un norteamericano, el poeta William Cullen Bryant, produjo, y que otro poeta, colombiano, Arcesio Escóbar, también contristado, glosó hace cien años (Gabriel René-Moreno, “Arcesio Escóbar”, en Revista de Artes y Letras, vol. 2, Santiago de Chile, 1884, p. 195-205), estrofas que cierran con una exclamación que es a la vez de elegía y protesta:
“¡Pobres indios! Sus bosques y el collado donde el sol adoraban, son ajenos.
Su suelo entero ha sido conquistado, y nada, nada, se les ha dejado:
¡Que les queden sus tumbas a lo menos!”

Sus tumbas y sus mitos.

Los relatos míticos recogidos por el Dr. Ortiz Lema y reunidos en el Apéndice de su libro deben entrar a formar parte del patrimonio cultural boliviano, y Tokwa’j, “héroe cultural mataco”, debe figurar definitivamente junto al aymara Supayo, al qeshua Súpay y los otros genios traviesos de otras culturas autóctonas bolivianas, ya identificados o que se identificarán gracias a otros estudios como éste del Dr. Ortiz Lema.
Ese patrimonio está destinado, entre otros beneficios colectivos, a enriquecer la creación cultural boliviana —narrativa, poética, musical, teatral, etc.— con valores auténticamente nuestros.
Y los más adecuados de esos relatos junto con otros de otras nacionalidades de nuestro país, deben sin duda ser incorporados en los programas oficiales de enseñanza, para que la conciencia de la identidad nacional integral comience a penetrar desde la infancia y contrarreste el fenómeno de general corrosión cultural alienante que permanentemente padecemos todos los bolivianos, bajo la subyugación de otras culturas, no importa si cercanas o lejanas, pero extrañas.

En suma, este libro de un boliviano es ya de hecho un paso firme hacia el conocimiento y la comprensión cabal de los matacos por los bolivianos, y por eso es también un paso firme hacia la preservación boliviana de la cultura mataca en cuanto esa cultura puede perpetuarse por medio del libro. Y siendo los matacos parte de la humanidad boliviana (aunque Bolivia es una entidad casi ajena a ellos por ahora), este libro es finalmente un instrumento positivo para la autoidentificación más precisa del ser boliviano.

Archivo Nacional de Bolivia
Biblioteca Nacional de Bolivia
Sucre, enero, 1986.


Gunnar Mendoza L.

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