CHUMAY: EN EL SUELO DE NEGOCIACIONES

12:30 p. m.


En 1779, tres años después de pasar la Audiencia de Charcas a depender del Virreinato del Río de La Plata, el territorio chiriguana sufre una nueva invasión; esta vez las fuerzas españolas bajo el mando del Coronel don Luis Hurtado de Mendoza deciden desplegar acción guerrera contra los pueblos o tentas situados al sur del río Pilcomayo. Los chiriguano-guarany desarrollaban toda una estrategia militar para destruir el Fuerte Santiago y liquidar a las milicias de la Corona asentadas en el. La fuerza militar española tenía la misión de doblegar y vencer a los chiriguanos para facilitar el avance de las haciendas ganaderas de los carai (blancos y mestizos) y fortalecer las reducciones franciscanas que con su acción evangelizadora cooperaban en el intento de doblegar el combativo espíritu de libertad de los kerembas (guerreros) chiriguanos.

De enero a marzo de 1779 vanamente las fuerzas del Coronel Hurtado de Mendoza porfiaron, sin éxito alguno, derrotar y someter a los chiriguanos. Un segundo intento o misión de guerra correría igual suerte, por lo que 8 años después los invasores peninsulares cambiarán de estrategia pero no de objetivo. En 1787 llegará a las Salinas (hoy Provincia O’connor) una misión de alto nivel, en representación de la Corona, para concertar con los representantes chiriguanos la paz y rescatar, además, los prisioneros carai (blancos) en manos de los “infieles”.

Entre 1779 y 1786 en los múltiples enfrentamiento de guerra entre las milicia españolas y los contingentes de kerembas (guerreros), van a sobresalir dos formidables e insobornables combatientes chiriguanaes, uno llamado Amerani, tubicha (principal) de los pueblos de Itau y, el otro, Chumay, tubichamburubichá, es decir el principal de los principales de un territorio mayor.

Chumay y Amerani encabezaron la comisión negociadora chiriguana a la mesa de concertación por la paz, imponiendo que la misma debía realizarse no en una mesa, como querían los conquistadores, sino en el suelo de acuerdo a sus costumbres y tradición. Los negociadores del Virrey Loreto tuvieron que acomodar sus posaderas para largas jornadas en contacto con el suelo. La representación española tenía como “principal delegado del gobierno colonial a Don Francisco Gonzales Villa, quien además fue nombrado comandante de la comisión negociadora real. Por su parte el Arzobispo de la Arquidiócesis de la Plata, Josefh Antonio de San Alberto, en estrecha concomitancia con el virrey de Buenos Aires Márquez de Loreto, eligió a sus dos mejores hombres: los experimentados curas José de Osa y Palacios y Juan Cobos Redondo en representación de la iglesia. El arzobispo, quien se había desempeñado como obispo de la Diócesis de Córdoba del Tucumán, se quedó en Tarija durante un año para coadyuvar al logro de una paz duradera. El arzobispo, no sin cierta razón, era escéptico respecto a su logro pues consideraba que si no se establecía con exactitud su contenido y alcance ni los indios chiriguanos la guardarán porque son infieles, ni la guardarán quizás los nuestros (los españoles) porque ni les sobra la religión ni el honor”. Sin duda San Alberto tenía conocimiento preciso del ser conquistador.

Después de largas y complicadas negociaciones se acordó la paz, primero la firmaron Amerani y los colonialistas; una semana después, con mucho cálculo lo hizo CHUMAY cuando la delegación española se encontraba abrumada y desanimada por la espera; sin embargo de las circunstancias reinantes, los clérigos ni cortos ni perezosos presionaban a Chumay y a sus capitanes para que se comprometiesena aceptar la conversión al catolicismo de él y su gente, a lo que éste, con la claridad de identidad y firmeza de convicción que le caracterizaba respondía: “Cristiano, no; porque así como Dios había criado a los cristianos, también había criado a los Chiriguanos, y que muy bien estaba así”.(Gato Castaño, Purificación. Diario de la expedición a las Salinas. Pag. 108

Fernando Soto Quiroga


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