CIUDADANOS NO MENOS ILUSTRES EN TARIJA

10:15 p. m.


(Primera Parte)

A las personas en Tarija, se los puede clasificar por lo menos en tres clases: Los personajes ilustres; aquellos que tienen un lugar en la historia y memoria del terruño, no sólo por las virtudes que los adornaron, sino principalmente por el aporte efectuado al engrandecimiento del pago; se excluye de esta categoría al ciudadano común. Los personajillos, que se creen ilustres y no lo son; conocidos en el medio como los “avivaus” o “sonsos vivos” que por lo general tienen más de lo uno que lo otro, merodean bares y cantinas, viven de la lisonga y de la adulación ajena y, finalmente los no menos ilustres; personajes diferentes al resto de los mortales, comunmente rescatados y recreados por la imaginación popular a los que siempre fascinaron. Nos referiremos a estos últimos.

HOMBRE DE COLOR
Querido hermano blanco:
Cuando yo nací, era negro.
Cuando crecí, era negro.
Cuando me da el sol, soy negro.
Cuando estoy enfermo, soy negro.
Cuando muera, seré negro.
Y    mientras tanto, tú:
Cuando naciste, eras rosado.
Cuando creciste, fuiste blanco.
Cuando te da el sol, eres rojo.
Cuando sientes frío, eres azul.
Cuando sientes miedo, eres verde.
Cuando estás enfermo, eres amarillo.
Cuando mueras, serás gris.
Entonces, 
¿cuál de nosotros dos es un hombre de color?

(Leopold Senghor, poeta de Senegal)

EL NEGRO BU
Lo primero que resaltaba en este personaje como su apodo lo sugiere, era su color, además de cierto trastorno mental. En realidad era un hombre de estatura pequeña, posiblemente de origen yungueño único lugar de donde provienen los negritos en Bolivia, aunque también es sabido que durante la colonia trajeron a los negros de lejanas tierras africanas para trabajar como esclavos en la colonia y fundamentalmente en tareas mineras, aunque tampoco faltó quienes le atribuían origen brasileño.
Además humilde, inquieto, andrajoso, de cabellos rizados, sociable y de buen carácter. Su principal actividad se circunscribía a efectuar labores de Changueador en el mercado central y como todos estos trabajadores por cuenta propia, por unas cuantas monedas transportaba en sus manos o espalda diferentes objetos o mercancías de mucho peso y diferente tamaño en un espacio público donde se expenden todo tipo de abarrotes, de los que se proveen las amas de casa todos los días del año y de la vida.
Cuando no se ocupaba de estos menesteres, se dedicaba a transitar sin rumbo fijo por toda la ciudad, donde se alimentaba con la caridad de sus gentes. No faltaba alguien que se animaba a tocarlo o pellizcarlo bajo el argumento que "los negritos traen suerte”, aunque en el fondo todos saben que esta acción aparentemente inocente no hace otra cosa que disfrazar una conducta discriminatoria y racista.
Era un hombre que ante todo no le tenía miedo a la muerte, pues convivía con ella, durmiendo unas veces en las puertas del cementerio y otras dentro del mismo. Ocupaba las tumbas vacías o nichos de mausoleos abiertos, hasta donde acudían algunos curiosos para observarlo, los que acababan asustándose y contando que lo único que lograban divisar eran sus grandes ojos blancos que contrastaban con la oscuridad allí imperante.
A pesar que el Negro Bú padecía problemas mentales, nunca se mostró triste, hacía bromas riéndose de sí mismo y alegrando a los demás, inclusive cuando era víctima de insultos.
Su pasatiempo preferido consistía en acercarse en forma disimulada y sigilosa por la espalda de las gentes, para posteriormente de manera sorpresiva y brusca dar un brinco o salto con los brazos levantados hasta quedar de frente a los asustados transeúntes, a los que enrostraba la palabra ¡Bú¡ mediante un grito estentóreo y fuerte que estallaba en sus caras salpicadas por gotas de saliva y dejaba resonando por un muy buen tiempo en los aturdidos oídos la palabra citada; produciéndoles asimismo susto y enojándolas como era previsible.
En otras oportunidades, ante un insulto de un tercero, lo que consideraba una afrenta que no podía dejar pasar por alto, se plantaba frente a frente del incauto que osó molestarlo al que igualmente le enrostraba mediante un grito el consabido ¡Negro bú!
De allí su denominación. Como dato final se tiene que murió congelado en el nicho de un mausoleo en el cementerio general de la ciudad capital.

(Segunda Parte)

Son seres que por una u otra razón adquirieron notoriedad pública pero no aquella que deviene necesariamente de un cargo, profesión, oficio, atributos o méritos que todos en menor o mayor grado detentamos; sino que destacaron esencialmente por ser seres excepcionales, con problemas mentales, defectos y/o atributos físicos que los hace especiales,  que lejos de pasar inadvertidos nos hacen verlos como raros o extraños, es decir distintos al resto de los mortales. Formaron parte de aquella sociedad que en su momento los repudió pero más tarde aprehendió a quererlos hasta el punto de permanecer en la memoria colectiva de nuestro pueblo.

EU EU
Fue un ancianito muy humilde de esos que nunca uno sabe ni se atreve a calcular la edad, pero la supone en demasía, de apariencia extremadamente apacible y tierna, corto de tamaño, ojos hundidos y muy pequeños, de labios delgados, larga cabellera, barba espesa con claroscuros, vestía saco y portaba casi siempre en su cabeza un sombrero de ala corta.
Transitaba religiosamente y durante todos los días del año, salvo feriados o enfermedad, desde el Barrio La Pampa hasta el Mercado Central, llevando a cuestas un carrito de madera de esos precursores de los taxis en Tarija, cargado de ollas con comida además de otros utensilios, por calles de tierra primero y de adoquines colocados sobre arenas movedizas después. Fue la principal actividad con la que se ganaba la vida, a pesar de su longevidad y su frágil existencia.
Fue un ser extremadamente callado, parco e introvertido, nunca se lo oyó entablar conversación con persona alguna, excepción hecha seguramente de sus parientes o conocidos y en forma muy privada. Era tal su silencio, que inundaba el ambiente con la sordidez de su alma. No tenía actitudes confrontacionales o belicosas y, por el contrario, un halo de bondad y dulzura envolvían su rostro y su figura.
Cuando lo veíamos pasar, de inmediato nos representábamos la 
imagen de un enanito de los cuentos de hadas o de las mil y una noches, de algún Apóstol o Santo, de esos que se ven en los frescos de los techos o en las paredes de las naves laterales de cualquier iglesia, hasta en estampitas religiosas de esas que repartían luego de algún acto religioso y misas. Pero también admiramos la figura del hombre real, de carne y hueso, solitario, extremadamente humilde y encerrado en un mundo al que sólo él tenía acceso aunque vedado para el resto de los mortales y que pese a ciertas limitaciones nunca dejó de trabajar para ganarse el pan y subsistir a penas dignamente.
Formaba parte del paisaje ciudadano y de su cotidianidad, por lo menos para quienes por aquellos años fuimos niños y como también lo fue para nuestros 
padres y mayores que lo conocían y lo apreciaban por su eterna sonrisa y dulzura.
Su figura fue retratada por los más reconocidos fotógrafos de la ciudad, la que junto a las de otras personas, sirvió para engrosar galerías y salas de exposiciones que se efectuaron en distintas fechas cívicas y conmemorativas, sin dejar de mencionar que su foto también adorna algunos locales públicos y privados, donde forma parte ineludible de la galería de los recuerdos.
Este ancianito, hoy es parte de la historia de Tarija del siglo pasado, como lo fueron y salvando las diferencias del caso, muchos de sus insignes hijos. Del imaginario colectivo tarijeño, que de tanto en tanto mantiene vivido el recuerdo de un paisaje y de una ciudad en los que no pueden estar ausentes muchos de sus hijos y sitios como el viejo y aún sobreviviente puente San Martín, sus antiguas calles de tierra primero, luego de baldosas movedizas (adoquines) después; las primeras radios y sus novelas, la antigua universidad, el antiguo parque Navajas, el Castillo Azul, los ya desaparecidos cines Gran Rex, Avenida y el cine Edén, el Viejo Molino del barrio del mismo nombre, el bello y antiguo Parque Bolívar y sus grandes árboles y las antiguas casonas con tejas de techo, huertas y canchón trasero, etc. que evocan una época pletórica de romanticismo.
Este ancianito, un día, de pronto dejó de transitar nuestras calles...se sintió el vació; es posible que se haya incorporado a los libros de cuentos para niños o haya engrosado las filas de los santos en el espectro religioso de nuestros tiempos.

ATATAU MUELAS
Era un personaje ya de edad, con retardo mental, de ocupación Changueador y como tal merodeaba permanentemente por el mercado central, edificación conocida también como “La Recova”. De estatura baja, piel curtida por el sol, físicamente delgado, llevaba puesto pegada a su testa una boina negra aunque descolorida por el tiempo, al estilo vasco, vestía un saco viejo y desaliñado y cruzando todo el tórax, asomaba un grueso y fuerte lazo de cuero trenzado, similar al que portaban los clásicos aparapitas paceños ó a los que se usan en las haciendas ganaderas del Chaco.
Aunque sus principales distintivos fueron una constante y visible hinchazón en su quijada, que ocultaba y sujetaba permanentemente con un pedazo de tela amarrada por encima de su cabeza, como signo del “mal de muelas” que le aquejaba y; una lengua bola que asomaba continuamente por entre sus escasos y gastados dientes y, unos hinchados y empapados labios, por abundante saliva que se escurría y chorreaba constantemente.
Como la mayoría de los trabajadores por cuenta propia en estos lugares de mercadeo de productos, masticaba diariamente coca y libaba alcohol barato y de alto contenido etílico (alcohol de quemar), que por aquellas épocas se expendía en latas que eran fabricadas por la industria azucarera local. Permaneciendo por tanto beodo casi todo el tiempo, lo que le otorgaba una fuerza sobre 
humana para soportar todo tipo de carga sobre su cansada y estropeada espalda y un coraje a toda prueba para enfrentar a los que lo martirizaban.
Por lo general soportaba sobre sus espaldas canastas de pan de todo tamaño y peso, enormes cajas de madera que contenían infinidad de frutas, hortalizas, verduras y todo aquello que comercian las vendedoras de abarrotes en los mercados; bolsas de todo tamaño y peso de artículos que los vecinos adquirían en la Recova y debían transportar hasta sus casas; así como enormes piezas o trozos de carne vacuna o de cerdo, cuando no se trataba de un animal entero, que se faenaban en el matadero municipal y algunos otros clandestinos y posteriormente transportados al mercado central, único por entonces en toda la ciudad.
Tal sería el dolor que llevaba a cuestas, que la repetición del sobrenombre con el que lo rebautizaron los niños y jóvenes, importaba un verdadero calvario y suplicio que lo impulsaban a reaccionar violentamente, lanzando al provocador, piedras o cualquier objeto que tenía a mano o encontraba, aunque usualmente utilizaba una honda de tata o lanzadera de piedras, con la que se defendía de los insultos o agravios recibidos.
Era común encontrarlo pululando por cualquiera de las otras las calles de la ciudad, en actitud de apronte y de persecución a los muchachos que se animaban a insultarlo. Cuentan una vez que en inmediaciones de la avenida Víctor Paz Estensoro y en proximidades del Puente San Martín llegó a atrapar a un muchacho que instantes antes lo había insultado, al que amarró a un frondoso árbol y comenzó a flagelarlo a latigazos, ocasionando que intervengan algunos vecinos para salvarlo.
Variadas fueron las fórmulas o latiguillos que repetían los niños y jóvenes que lo insultaban y lo impulsaban a reaccionar casi violentamente: “Muelas ladrón de velas de San Francisco” o restregarle en la cara el ya consabido “Atatau muelas” o simplemente “Muelas”.

Fuentes: Tradición oral (colaboración especial del Doctor Angel Zeballos Batallanos)


LA MAMANINA
(Un alma atormentada y sufrida)
“Son seres especiales de capacidades excepcionales ocultas y/o disminuidas, por lo general incomprendidos y humillados por la sociedad que los rodea. Se expresan unas veces a punta de silencio; otras mediante estentóreos gritos con los que intentan denunciar o interpelar cuando se sienten incomprendidos o humillados; algunas otras mostrando actitudes raras o realizando actostachados como inmorales cuando su incapacidad no les permite razonar como nosotros comunes mortales que vivimos aparentando una falsa ética y una muy pocas veces practicada e intachable moralidad”.
Era una mujer pobre cuyo nombre verdadero era Marcelina, el que pronunciaba ella misma como “Mananina" debido a problemas de dicción o a un retardo mental que sufría. Cargaba sobre sus espaldas un kepe o bulto donde guardaba todo objeto que le regalaban y, portaba siempre entre sus manos, una escoba con la que realizaba tareas de limpieza en las calles y que ocasionalmente usaba como arma para defenderse o atacar cuando se sentía insultada o humillada.
Vestía pollera, sombrero de Chapaca y nunca le faltó un mandil de vendedora de mercado de color blanco, el que portaba un bolsillo grande en la parte delantera que le servía para portar sus pertenencias e inclusive una que otra piedra que utilizaba para lanzar a quienes le hacían burla.
En otra faceta de su vida se refería a las personas masculinas como “mi novio” a las que perseguía, coqueteaba e incluso intentaba besarlas, luego de lo cual lanzaba una sonora risotada. Acto seguido estiraba sus manos, esperando que los interpelados le dejaran algún dinero.
Era petisa, lloraba y se quejaba de los insultos que le hacían los niños o jóvenes con la muletilla: “Mananina patas de gallina” con lo que lograban sacarla de quicio, luego de lo cual los corría hasta el cansancio luego de lo cual se apersonaba a la policía para denunciar a quienes la insultaban, sin obtener resultado alguno. Se solía verla parcialmente vendada en las manos y los pies, como cubriendo heridas en aquellas partes de su cuerpo.
Como casi todas las personas que cargaban con defectos físicos o limitaciones mentales, la Mananina vivía al desamparo del Estado, no tenía un sueldo o salario fijo, asistencia médica o social y sobrevivía únicamente de las limosnas y de algún dinerillo que se ganaba barriendo calles o negocios particulares. Como todos los desamparados, dedicaba la mayor parte de su tiempo a consumir bebidas alcohólicas, tabaco y masticar hojas de coca.
Dormía casi siempre en las puertas del Cine Gran Rex y sus días finales transcurrieron en el Manicomio Pacheco de la ciudad de Sucre, donde fue llevada por gestiones de un grupo de damas voluntarias y por pedido de vecinos y autoridades. En realidad la verdadera herida que laceraba su existencia, tiene que haberla cargado en el alma, ante tanto sufrimiento y desconsideración con la que la vida la trataba.
Nota: 
Fotos: Proporcionadas por “Churrasquería el Amigo”

(Ultima Parte)

EL GRINGO FRAZADA 
(Un extranjero llegado de no sé dónde)
Estos seres excepcionales, provocan  dos consecuencias: 
La  curiosidad y el miedo que infunden o reflejan, ya por su apariencia física, ya por su conducta díscola  o senil o por su extravagancia. Por lo general llaman  la atención de todos, pero específicamente de los más pequeños,  quienes además de  observarlos con recelo y excesivo miedo,  en ocasiones se animan a insultarlos y molestarlos enrostrándoles  a  gritos sus apodos o sobrenombres, lo que los irrita  fácilmente, haciéndoles entrar en la provocación que se pretende.
Contrariamente a otros personajes ya descritos, éste fue un individuo muy parecido, de contextura grande, robusta, de aproximadamente 1.85 metros de estatura o más.
Su apariencia era la de un extranjero llegado a Tarija uno no sabe cuándo ni cómo. Se veía más colorado que blanco, con barba tupida y pelirroja; ojos claros y mirada perdida; portaba en sus dedos anillos de todo tipo, los más de hojalata, con los que sostenía casi siempre una lata vacía que le servía de receptáculo, para la comida que se agenciaba mendigando diariamente por las calles, tomar agua o para guardar  algún dinero o moneda que alguien por caridad le alcanzaba, además de sostener entre sus labios  un infaltable “pucho” encendido (sobra de cigarro unas veces de fábrica y de marca como los “Sucrenses” o “Chesterfield” y otras, criollos, como los “Atacaus” que se armaban a mano, de chala y trascendían a anís y aguardiente, un destilado casi siempre de uva negra). 
Los que lo recuerdan, manifiestan que nunca o casi nunca pedía ayuda directamente, aparecía sigilosamente y se plantaba firme y frontalmente en las puertas de las casas privadas o en las puertas de los negocios extendiendo su mano en dirección del dueño o encargado, en una actitud que a muchos parecía arrogante, pero no violenta, esperando silenciosamente que el interpelado desbordara en un torrente de caridad, algo que por lo común sucedía pocas veces. 
Infaltablemente llevaba como signo distintivo que dio origen a su mote o sobrenombre: una vieja frazada atada a su cuello, que caía sobre su espalda y le servía de abrigo en el crudo invierno o cuando la noche lo sorprendía; además de una bolsa de tela sucia y remendada en la otra mano, que contenía algunos harapos y otras pertenencias como un tesoro enjaulado. 
No se le conocía o por lo menos los críos que éramos entonces allá por la década de los sesenta-setenta, ningún nombre y menos apellidos, nacionalidad, edad, profesión u ocupación. Nunca lo oímos proferir palabra o vocablo alguno, aunque otros afirman que con la única persona con la que se atrevía a conversar en idioma francés, fue con don Eduardo Granchand, un próspero y conocido comerciante de aquellos tiempos en Tarija. Lo cierto  es que los niños de entonces, no sabíamos si era mudo o parlanchín, cuerdo o loco, polizonte o trotamundos. Lo conocíamos todos como “gringo” bien pudo haber sido checoslovaco, alemán, francés, austríaco, ruso o quién sabe de dónde. 
Cuentan que una vez salvó a una dama de ser atropellada, paradójicamente cuando trataba de esquivarlo por su aspecto nada presentable, lo que la obligó a bajar a la calzada sin haberse percatado de la presencia de un automóvil que se aproximaba a sus espaldas. Imprevistamente el Gringo Frazada, la levantó por los aires y con ademanes y palabras poco entendibles le recrimino por su descuido y su imprudencia. En retribución, se hizo acreedor a una limosna que religiosamente y durante mucho tiempo depositó en sus manos la agradecida dama.  
Mucho se especulaba con que pudo haber escapado de la segunda guerra mundial, por lo que cargaba con el estigma de desertor; tampoco faltó quién imaginó que hubiera sido parte de la Gestapo o SS alemana, de esos que torturaron y exterminaron judíos y que escapó y se mimetizó en nuestras calles y entre sus gentes. Pero la verdad nunca se supo, hasta que finalmente la implacable y temible parca se lo llevó.   
Fuentes: Tradición Oral. (Colaboración especial de la Sra. Rosa Pacheco de Bladés y del Sr. Freddy Jarsún Casal)

LA PAPA FRITA
(Comerciante callejera)
Como la mayoría de las mujeres del pueblo, la “papa frita” era extremadamente humilde y pobre, vivía del comercio de papas fritas por eso su sobrenombre. Se la reconocía y ubicaba inmediatamente porque ofrecía su producto gritando a voz en cuello en cualquier calle, parque o plaza pública. 
Rememoran algunos paisanos que cuando se inauguró nuestro primer coliseo deportivo, más conocido como “Patio Prefectural” (construido en la parte o patio trasero de la Prefectura del Departamento ahora Gobernación), llegó una afamada cantante extranjera la que junto a otros nacionales debían ofrecer un recital de música folklórica. Poco antes de comenzar a cantar la artista invitada, pidió respetuosamente al público que guardara silencio para poder apreciar su arte y su canto. Luego que poco a poco cesaran los murmullos, no volara ni una mosca y, cuando el silencio fue lo único que invadió el ambiente y todos esperaban que se iniciara el espectáculo, se escuchó un tremendo grito, que hizo retumbar el coliseo ¡Paaapas Fritaaas! …provenía de  nuestro personaje quién ofrecía  su producto, ocasionando  que el público estallara en una ruidosa carcajada; cerrando el episodio la folklorista invitada quién mencionó “he ahí una mujer del pueblo”. Esa famosa cantante fue Mercedes Sosa.

TODOS SANTOS O RICO MAMBITO 
(Un verdadero artista callejero y popular)
Son aquellos que intentan mostrar habilidades innatas (musicales, de baile, dibujo o pintura) ocultas en un cerebro con un coeficiente de inteligencia por sobre de lo normal; que nosotros seres supuestamente normales, inteligentes e 
Instruidos no tenemos la capacidad de descubrir sometiéndolos a innumerables burlas, sornas e ironías a las que estamos acostumbrados;  pero que en el fondo no hacen otra cosas que  poner al descubierto nuestra ignorancia acerca las capacidades excepcionales de estos hombres y mujeres infinitamente incomprendidos. 
Era un hombrecito menudo y enjuto; muy humilde por cierto, sufría de desviación en los ojos, para mejor entendimiento era bizco, era más petizo que alto, cubría su cabeza con un sombrero viejo, andrajoso, puntiagudo y despintado, aquellos conocidos o denominados como sombreros “japas”; vestía un traje remendado y desaliñado; en ocasiones llevaba ojotas y en otras botines viejos de diferentes colores, llenos de agujeros que dejaban al descubierto algunos dedos de sus pies; un pantalón corto de bayeta que le llegaba a media canilla y por unos centavos que le ofrecía el público, se ponía a bailar y entonar cualquier canción en forma apenas rítmica, audible y muchas veces ininteligible. 
Cantaba o bailaba sin que se lo pidiesen y percibía pese a sus limitaciones físicas y mentales que distraía y brindaba un momento de esparcimiento al común de la gente. Se puede afirmar que llevaba impregnada la música en su alma o espíritu, aunque tampoco faltaron algunos niños o jóvenes que hacían burla de su arte callejero.
De allí se explica de donde provenía uno de los sobrenombres con el que se le conocía: “rico mambito”; porque si bien no se entendía qué tipo o estilo de baile  practicaba o el canto que entonaba, a alguien  se le ocurrió que se parecía al mambo y desde entonces quedó definitivamente así identificado. 
El otro sobrenombre “Todos Santos”, le fue impuesto porque aparecía en todas las fiestas de los santos que existían en Tarija o porque cantaba y bailaba al son de la música de cada una de estas fiestas que se veneraban según el calendario religioso. Aparecía en las fiestas que celebran todos los barrios de la capital y tampoco podía faltar en las fiestas que se celebraban en todas la provincias tarijeñas; estaba en Guadalupe en Entre Ríos, en la fiesta de La Cruz en Palos Blancos, en la fiesta de la Pascua Florida en San Lorenzo como en Chaguaya o en las fiestas de la Purísima Concepción o Todos Santos en Padcaya, en la fiesta de Santiago en Bermejo así como  en cualquier otro lugar donde  los carnavales le sorprendían.
Increíblemente pese a sus problemas físicos y mentales era un ser omnipresente, es decir que parecía estar en todo tiempo y lugar en el que se festejaba algo en el departamento y entonces  uno se preguntaba ¿qué magia o malabarismos hacía este extraño y especial ser para estar en todos los puntos geográficos imaginables, en momentos en que no sólo era difícil transitar distancias tan largas que separan una comunidad de otra y cuando las comunicaciones y los medios de transporte eran escasos y caros, sino también, considerando sus propias limitaciones físicas y económicas?
Es bueno saber que nuestra música varía o se diferencia según sea el santo que se festeja o recuerda, pudiéndose apreciar diferentes tonalidades, ritmos y compases que se interpretan con distintos instrumentos musicales como el violín, quena, quenilla, caja, caña o erke. Inclusive se pueden apreciar diferentes acordes provenientes de un mismo instrumento musical. Así es la música que se entona en Tarija. 
Y nuestro personaje aparentemente podía entonar y bailar en todos los ritmos, compases y tonalidades. Podía competir con el más exiguo bailador o cantador y no se amilanaba. Era un trotamundos derrochando su arte, hasta que definitivamente se radicó en la ciudad Capital, transcurriendo su vejez en el viejo asilo de ancianos, donde finalmente la dama de la guadaña lo visitó.

Fuentes Tradición oral. 

LA LOCA MARIA
(Una loquita extranjera)
Era una dama que sufría de esquizofrenia, en otras palabras se la consideraba loquita. Sobre su origen no se tienen datos, aunque se supone era Argentina  por el tono de su voz y su forma de hablar. Vivió por mucho tiempo en el Barrio El Carmen más exactamente en  una de las esquinas de la piscina prefectural, espacio territorial que creía de su total y absoluta propiedad y que abarcaba o comprendía una buena parte de la vereda y la calle, donde con cartones y otros objetos improvisaba lo que consideraba su domicilio particular.
Allí dormía, supuestamente cocinaba y pasaba sus horas hablando a solas, aunque sostienen quienes la conocían que lo que verdaderamente depositaba en las ollas eran algunas hojas de arboles, tallos o raíces secas. Consecuentemente sobrevivía de la ayuda y conmiseración de los vecinos, los que le alcanzaban alimentos y medios indispensables para su subsistencia.
Si alguien osaba violar lo que consideraba “su propiedad”, o transitaba por descuido frente a ésta, era objeto de toda clase de insultos y vituperios e incluso de ataques para lo que se proveía de diversos objetos,  los que lanzaba contra el incauto o desprevenido que había invadido sin saberlo su territorio, al que solo faltaba le colocara alambres electrificados o muros de cemento como lo hacen otros menos cuerdos que doña María, en otros lugares del mundo.
Por fortuna la conducta de “La loca María” no fue siempre la misma, mostrándose pacífica, amable y charlatana con quienes se animaban a entablar conversación y le demostraban consideración y respeto. Inmediatamente recreaba aspectos desconocidos de su pasado, así como sobre sus actividades y proyectos inmediatos.  Hasta hizo amistad y se encariñó con algunos niños de la vecindad.
Tampoco faltaron los parroquianos que se iniciaron o la usaron sexualmente, hasta que las autoridades decidieron trasladarla a la ciudad  de Sucre, pasando sus últimos años en el Manicomio Pacheco de aquella ciudad.
Fuentes: Tradición oral. (Colaboración especial de la Sra. Rosa Pacheco de Bladés)

 DOÑA MERCEDES
(Experta en rezos y responsos)
Oraba en las puertas del Mercado Central (ahora se reza en las puertas de los cementerios), experta en rezos o responsos, o sea en peticiones y oraciones para almas de personas fallecidas. Si las virtudes del que pasó a mejor vida superaban sus pecados, en las oraciones pedía por el descanso eterno del alma pura y buena; pero cuando los pecados habían sido mayores que las virtudes y el muertito en vez de rumbear para el cielo, estaba condenado a dar con sus huesos en las profundidades del infierno, los responsos de doña Mercedes clamaban por la salvación del alma en pena, descarriada y condenada. 
Aunque sus habilidades y destrezas no acababan allí,  oraba  también por los seres vivos, haciendo peticiones de salud para que los enfermos sanaran y también en favor de personas sanas, para que no se enfermaran.
Estas manifestaciones que por lo general exigen recogimiento y silencio, se incumplían ex profesamente por los responseros y muy particularmente por Doña Mercedes, la que profería  sus rezos a voz en cuello, permitiéndose otorgar a su voz un tinte o dejo extranjero, a veces españolísimo, con lo que ganaba prestigio y clientes, ya que para los chapacos lo extranjero siempre ha sido mejor que lo nacional; los electrodomésticos, los comestibles, la ropa, los juguetes, los pretendientes de sus hijas y hasta los curas eran mejor vistos si eran forasteros.  
Este oficio del que no se conoce exactamente cuándo o por qué se origino, pero se supone que fue después del descubrimiento de América, exigía a quienes lo practicaban, tener algo de oratoria y si carecían de ella, por lo menos disfrazarla con el uso de palabras rebuscadas;  a lo que había que sumar buena dicción, gesticulación, poseer un amplio arsenal de rezos y oraciones, gran conocimiento sobre festividades religiosas y el uso de simbolismos religiosos como cruces o el santo rosario. Así se agregaba a la ­imagen de extranjero que se pretendía mostrar, una imagen sagrada o religiosa, que además de infundir respeto debía ante todo generar miedo, con lo que se acrecentaba en el imaginario chapaco la figura de estos responseros.      
Los clientes que más solicitaban estos responsos en Tarija, fueron los campesinos y en menor proporción los pobladores de la ciudad, los que cancelaban estos servicios cuasi religiosos en moneda legal y de curso corriente.
Siendo tan católicas y cristianas nuestras gentes, llama la atención que para estos fines apartaran a la curia romana y la sustituyeran por gente perteneciente al pueblo, un simple civil, un pecador cualquiera, un paisano de carne y hueso como cualquier otro mortal; al que no dudaban ni un instante en encomendar o encargar su alma y las de sus familiares o allegados. 
Para concluir, es de justicia reconocer, que éste no es un fenómeno propio y único de los tarijeños, hubo y hay responseros en muchos otros lugares, inclusive se pueden escuchar durante el día de almas, rezos en idiomas aimara y quechua en el norte del  país.

Fuentes: Tradición oral. 

Omar J. Garay Casal

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